Una buena exposición
tiene el poder intelectual de motivar a otra de formas de pensar y
actuar de modo diferente. Por eso,
muchos autores afirman que la efectividad de una exposición o disertación se
mide cuando un asistente lo replica a otros y mejor aún si lo incorpora a su
andamiaje cultural.
En tu presentación frente a los demás no olvides de
escribir el título de tu exposición, este debe ser un gancho uno que llame la
atención, despierte el interés y el deseo por escucharte. Luego empieza con una
frase o dato estadístico impactante, también puede ser pensamiento o una
pregunta retórica.
Una vez en el “ruedo” seduzca, sorprenda, póngale
novedad, originalidad, emoción, en especial al momento de iniciar y al terminar
su disertación. Puede terminar con otra frase, con una historia, revisión del
tema, anécdota. Es recomendable que en un diario personal o cuaderno de apuntes
anotes y te aprendas tus propias citas que irás recopilando de tus lecturas
constantes.
En relación al anterior punto, no debes olvidar que
contar tus propias experiencias tienen más fuerza intelectual y emotiva que narrar
las vivencias de otras personas, pues una espina de experiencia vale más que un
bosque de advertencias. Si no has “vivido” tendrás poco o casi nada que contar
y, por ende, no enriquecerás tus exposiciones.
Luego de haber preparado cómo empezarás hasta cómo
terminar y las estrategias que dinamicen tu exposición, ahora te toca organizar
el contenido de forma excepcional. Empieza con un organizador visual u otra
estructura organizativa cronológica, geográfica, fotográfica, metafórica, conflictiva,
entre otros.
Para organizar mejor tus contenidos también debes
utilizar transiciones o separadores: les voy hablar de tres aspectos:
uno…dos…tres. Si el tema es pertinente puede utilizar un rompecabezas. No te
olvides de que tu contenido debes sincronizarlo y dejar tiempo para las
preguntas o aportes. “El público puede perdonar muchas cosas, pero nunca que un
conferenciante se pase de la hora”.
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