(Adaptado de Fromm, Erich: El arte de amar)
La práctica de cualquier arte tiene ciertos requisitos generales, independientes por completo de que el arte en cuestión sea la carpintería, la medicina o el arte de amar.
En primer lugar, la práctica de un arte requiere disciplina. Nunca haré nada bien si no lo hago de manera disciplina; cualquier actividad que realice solo porque estoy en el “estado de ánimo apropiado”, puede constituir un “hobby”, más nunca llegaré a ser un maestro en ese arte. El hombre moderno es, excesivamente, indisciplinado fuera de la esfera del trabajo.
Otra condición indispensable para dominar un arte es la concentración. En nuestra cultura la concentración es más rara que la autodisciplina. Llevamos una vida de forma difusa y se realizan muchas cosas a la vez: se lee, se escucha la radio, se ve televisión, se utilizan las redes sociales.
Un tercer factor es la paciencia. Repetimos que quien haya tratado alguna vez de dominar un arte sabe que la paciencia es necesaria para lograr cualquier meta. Si aspiramos a obtener resultados rápidos, nunca aprenderemos un arte. Para el hombre moderno, sin embargo, es difícil practicar la paciencia. Todo nuestro sistema industrial alienta, precisamente lo contrario: la rapidez.
Eventualmente, otra condición para aprender cualquier arte es una preocupación suprema por el dominio del arte. Si el arte no es lo más importante, el aprendiz jamás lo dominará. Seguirá siendo, en el mejor de los casos, un buen aficionado, pero nunca un maestro.
No olvides estos cuatro requisitos que, sin lugar a dudas, contribuirá para la práctica de un arte: disciplina, concentración, paciencia y preocupación por perfeccionar esa habilidad.
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