El
perdón es considerado como uno de los actos más nobles del ser humano, según el
Diccionario de la Lengua Española lo define como: “Remisión de la pena
merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente”.
El perdón tiene que ver con
algo que alguien da, se asemeja a un obsequio. El verdadero perdón debe
modificar algo en nosotros y algo de la relación nuestra con lo sucedido.
Por eso, la expresión “yo
perdono, pero no olvido”, no es algo recomendable porque se constituiría en un
ancla, en pesadas cadenas en nuestra vida que no nos permitirá avanzar, pues nos está robando un cúmulo de
energía.
No perdonar, impide que nos
enfoquemos en nuestros reales objetivos, además invertimos tiempo, esfuerzo,
incluso la energía invertida necesaria contra el olvido porque queremos
sostener un recuerdo. Todo ello, nos preocupa y no logramos una paz interior.
El perdón requiere
reconocernos como seres humanos, respeto primero hacia nosotros mismos, demanda
misericordia, el reconocer que todos cometemos errores, que todos tenemos
temores, dolores, fallas como seres humanos. Requiere amor por nosotros mismos
y por el prójimo, implica olvidar.
Ojo, perdonar no significa
callar o querer disminuir el daño recibido. Pasar de largo las injurias con las
que nos tratan nuestros colegas o cónyuges para evitar conflictos, buscando la
paz a cualquier precio para vivir en un clima armonioso, eso no es perdonar. Esta
actitud es peligrosa, es importante resaltar que la indignación e incluso la
ira son reacciones normales y hasta necesarias en ciertas situaciones.
El perdonar trae consigo
muchos beneficios, porque cuando perdonamos no solo libero al otro de la culpa,
sino que en primer lugar me libero a mí mismo. Estoy dispuesto a desatarme de
los enfados y rencores. Superar las ofensas es una tarea sumamente importante porque
el odio y la venganza perjudican nuestra salud y nuestra estabilidad emocional.
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