Muchos estudios han explicado que la experiencia temprana tiene efectos significativos en el desarrollo posterior. Sin embargo, la investigación reciente ha propuesto una opinión distinta sobre cómo y cuándo la experiencia afecta el desarrollo del cerebro.
Actualmente, se ha demostrado que el cerebro, dada su plasticidad, ante la experiencia ambiental resulta afectado en su estructura y función. La prueba reside en que, en la corteza cerebral, diferentes regiones incrementan su tamaño al aumentar el número de dendritas de cada neurona, cuando son expuestas a condiciones estimulantes, y mientras más prolongadas estas sean, mayor será su crecimiento.
Igualmente, la investigación ha demostrado que estimular el cerebro aumenta el número de las ramas dendríticas o sinapsis que interconectan las células del cerebro: cuanto más pensamos, mejor funciona nuestro cerebro, sin importar la edad.
Por ejemplo, cada uno de nosotros nace con el potencial de aprender un idioma. Nuestros cerebros se programan para reconocer el discurso humano, para discriminar diferencias sutiles entre los sonidos, para juntar palabras y significados y para comprender las reglas gramaticales. Sin embargo, la lengua particular de cada niño, el tamaño de su vocabulario, el acento con el que habla es determinado por el ambiente social en el cual se cría.
El potencial genético es necesario, pero el ADN solo no puede enseñar a un niño a hablar. El desarrollo del cerebro es “actividad-dependiente”, cada experiencia excita ciertos circuitos nerviosos y deja otros inactivos. Los que están constantemente encendidos serán consolidados, mientras que los que se excitan ocasionalmente se pierden, proceso conocido como apoptosis cerebral o “muerte cerebral”.
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