Pongamos energía en lo que decimos y
digámoslo con seguridad. Pero no con mucha seguridad. Solo los ignorantes están
seguros de todo. Sin embargo, es poco recomendable comenzar cada párrafo con un
'me parece' o un 'quizás'.
Roosevelt llamaba a estas expresiones:
"palabras comadrejas", porque la comadreja chupa la yema y la clara
del huevo, y lo deja huero. Esto hace también con nuestro discurso tales
frases.
El apocamiento, el tono pusilánime y las
frases hueras, no engendran gran confianza ni convicción. Imaginemos frases
publicitarias como esta: "Visite Río de Janeiro. Creemos que se
divertirá".
El que entra con señorío, ya en la
conversación, ya en el razonamiento —escribió Baltasar Gracián—gana de antemano un espacio y el respeto;
pero el que llega con temor, él mismo se condena de desconfiado y se confiesa
vencido; con su desconfianza da pie al desprecio de los otros o, por lo menos,
a la poca estimación.
Siempre me ha llamado la atención que los
candidatos presidenciales estuvieran tan seguros de su elección, y lo
declararan así con tanto énfasis. La explicación es simple. Estos hombres
sabían que la muchedumbre no puede hallar diferencia entre el énfasis y la
prueba. Sabían que, como ha dicho Gustavo Lebón, los hombres no pueden vivir
sin certidumbres y que, si repetían una cosa suficientemente a menudo y con el
necesario vigor, la mayor parte de los oyentes acabaría por creerla.
Los grandes conductores políticos han hablado
siempre como si no existiera la menor posibilidad bajo la capa del cielo de que
alguien refutara sus asertos.
Pero no seamos, como dije antes, muy
afirmadores en cualquier ocasión. Hay momentos, hay lugares, hay temas, hay
auditorios que repugnan demasiada seguridad.
Por regla general,
cuanto más elevado sea el índice de inteligencia del oyente, tanto menor será
el éxito de los asertos. Las personas que piensan quieren que se los guíe, no
que se los conduzca. Quieren que se les presenten los hechos para luego sacar
sus propias conclusiones.
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