Cerramos los ojos y abrimos los del corazón y del entendimiento. Imaginemos
que en el planeta Tierra no vivimos 7 mil millones de seres humanos, sino que
formamos una sola aldea de 100 familias.
¿Cómo sería la población de esa pequeña aldea de 100
familias?
De las 100 familias de la aldea, 64 son asiáticas, 13
familias son africanas, 10 son europeas, 7 son latinoamericanas y solo 5 son
norteamericanas. Sin embargo, Estados Unidos consume el 30 por ciento de los
recursos del planeta y es el mayor responsable de la contaminación.
En nuestra aldea, vive un promedio de 52 mujeres frente a
48 hombres. No obstante, los presidentes, gobernantes, jefes y parlamentarios
son abrumadoramente masculinos. Ellos controlan las economías y deciden las
guerras.
De las 100 familias de nuestra aldea, 65 no saben leer ni
escribir. Sin embargo, con el presupuesto militar norteamericano de un solo año
se podrían construir 250 mil escuelas en el mundo. Se acabaría el analfabetismo
y la ignorancia.
De las 100 familias, 90 no hablan inglés, 70 no son de la
raza blanca, 70 no son cristianas. Pero
de las 100 familias, hay 7, apenas 7, que se han adueñado del 60 por ciento de
toda la riqueza de la aldea. Esas 7 familias son occidentales, blancas y
cristianas.
Estas 7 familias también consumen el 80 por ciento de la
energía disponible y gozan de todas las comodidades, mientras tanto, 80
familias viven en condiciones de hambre y miseria. Asimismo, carecen de agua
potable, de una vivienda adecuada y de los más elementales servicios sanitarios.
Volvamos ahora a nuestro mundo real, a las 7 mil millones
de personas que vivimos en él. Según el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo, los 10 más opulentos del planeta tienen una riqueza equivalente a
la producción total de 50 países. Y 447 multimillonarios suman una fortuna
mayor que el ingreso anual de la mitad de la humanidad. El quien tenga oídos
para oír, no que oiga, sino que escuche.
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