Solamente hay un modo de que el pasado pueda
ser constructivo y mejorado; consiste en analizar con calma nuestros errores,
sacar de ellos provechosas lecciones... y olvidarlos. Esta actitud sería la
ideal, no obstante, nosotros no solemos hacer esto, más bien, nos sumergimos en
lamentaciones y, por ende, en
preocupaciones que minan nuestro ánimo, nuestra salud y nuestra productividad.
Constantemente, solemos irritarnos por los
errores que hemos cometido. Si damos un examen
vivimos momentos de angustia, ante la duda de haber salido aprobado o no.
Siempre andamos viviendo en las cosas que hemos realizado y deseando haberlas
hecho de modo distinto.
Ante esta situación, no tratemos de aserrar
el aserrín, pues como dice la frase de la popular canción de José José: “Ya lo
pasado, pasado…”. Y cuando nos ocurra un chasco en nuestros planes debemos
adoptar esta consigna: “No lloremos nunca sobre la leche derramada”.
Siguiendo esa misma perspectiva, cuando los
problemas ya son demasiado tarde para solucionarlos o nos han causado mucho
daño, lo único que podemos hacer es ponerlo en un tercer o segundo plano en
nuestros pensamientos y en nuestra vida y pasar a la actividad siguiente.
Algunos lectores se reirán de que se haga
tanto ruido a cuenta de un manoseado refrán como: "No lloremos nunca sobre
la leche derramada". Sé que la han oído mil veces. Pero sé también que
estos manoseados proverbios contienen la quintaesencia de la destilada
sabiduría.
El propósito de este corto escrito es recordarte
lo que ya sabes, darte un golpe en la espinilla y proporcionarte el impulso
necesario para que aplique estas recomendaciones en tu vida diaria.
Tenemos que
acabar con el mal hábito de preocuparnos por las cosas pasadas que no nos
conduce a ninguna parte. Cuando acuda a nuestra mente este cizaña recuerde que:
“no es posible moler grano alguno con agua que ha pasado ya por el molino, no
se puede aserrar el aserrín o no podemos llorar sobre la leche derramada, pues
lo pasado… pasado está”.
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